Hay mucha
hambre en el mundo. Y ante esta frase, en general, a la mente del que la lee u
oye, aparecen secuencias de niños famélicos, cuerpos con la piel pegada a los
huesos, mendigos demacrados con manos extendidas…. Un reducido grupo añade a
estas imágenes la de gentes hundidas en la soledad, niños abandonados, ancianos
con el vacío reflejados en el rostro, llantos vertidos entre las gentes en
guerra…este grupo reconoce el hambre de amor que igualmente arrasa el mundo.
Pero hay otra
hambre más profunda que por negarla o
mal direccionarla sume a las gentes en esta locura colectiva mundial: el hambre
de trascendencia.
Por mucho que
quiera negarse el sentido de trascendencia es inherente al ser humano, éste
siempre quiere ir más allá, que es el original significado del término. Es el
motor que impulsa las acciones del hombre. Lo que ocurre es que cuando el
hombre se posiciona sólo desde su plano más material su querer ir más allá se
traduce en cada vez tener más posesiones, más riquezas, más sabrosas comidas,
mejores vehículos… cayendo como en un pozo sin fondo porque nunca queda
satisfecho y a la vez, por ceñirse exclusivamente a esa fisicidad, va sumiendo
sus otros “estómagos” en un hambre cada
vez mayor. Con frecuencia, en sus estados más graves, estas personas enferman
de codicia, de avaricia, de egoísmo desmedido, de maldad (maltrato a otros)…
Resulta claro
que esa vía de ir más allá sólo le conduce a la larga a una muerte mental,
emocional y espiritual por inanición.
Los hay que
trascienden, van más allá de lo puramente material, y tratan de nutrir también
su mente; a algunos se les llama intelectuales. Suelen tener una mente curiosa,
ávida de saber y se aplican a tener cada vez mayores conocimientos, ensanchando
cada vez los límites de lo que conocen.
Los hay entre
ellos que se quedan por el camino, que se cansan de aprender y se instalan en
los conocimientos que en un momento dado les calman y simplemente….se
momifican. Dejan de cuestionarse y
algunos suelen convertirse en dogmáticos detentadores de su saber,
pudiendo incluso convertirse en dictadores o en tiranos de aquellos otros que
no dejaron de inquirír, de evolucionar. En realidad se volvieron charcas de
aguas putrefactas al cerrarse al fluir del conocimiento, o en ricos mausoleos
bellos por fuera pero que dentro sus huesos quedaron obsoletos o puro polvo.
Los hay
también que sólo son avaros que han atesorado en su mente pero que no
comparten, lo cual les deja en una posición sin sentido.
Entre los que
consideran, además de su “estómago” material, el mental, los hay que no son
considerados “intelectuales”, son personas generalmente anónimas que mantienen
su mente abierta y viva, que reflexionan por sí mismas sobre todo lo que
observan, experimentan, viven y tejen con ello un proceso vital en expansión.
De este grupo
algunos consideran también su “estomago” emocional y reconocen que así como
necesitan alimento para sus cuerpos y sus mentes, lo necesitan también para su
afectividad. Saben que no sólo de pan vive el hombre, ni sólo de pensamientos e
ideas sino de la interacción afectiva con todos los que convive.
Entre este
grupo que va mas allá, que trasciende lo puramente material y mental, los hay
que se estancan atrapados en emociones que les llevan de aquí para allá como en
vendaval sin ser capaces de transmutarlas en sentimientos. Otros en cambio, en continuo crecimiento,
logran ensamblar progresivamente el engranaje de sus tres “estómagos”, buscando
cada vez más la armonía entre ellos. Suelen ser personas con buena
sociabilidad, sin grandes problemas. Pueden quedarse en ese proceso reducidos a su entorno más inmediato o pueden
ir más allá de esos límites e ir ampliando su sentido en proyecciones sociales
cada vez más amplias. Ahí colocaría a aquellos que no sólo se incardinan bien
armónicamente en sus círculos naturales: familia, ámbito laboral, etc sino que
emprenden acciones hacia grupos más amplios como Comunidad, país, Humanidad…
este grupo va más allá de sí mismo, sale de su fisicidad y de su propia mente
para imbricarse con los otros, no le importan sólo “sus” hambres, sino las de
los otros.
Aún hay otro
grupo mucho más reducido de personas que reconocen su hambre de ir más allá de
los límites de sí mismos, de su espacio, de su tiempo. Si bien este tipo de
hambre lo experimenta todo hombre aunque sólo sea enfrentado a su muerte no
todos lo reconocen y asumen. Quien lo hace inicia una búsqueda y dependiendo de
su constancia en ella son sus logros.
La mayor
respuesta a esa hambre de trascendencia de sí mismo es Dios. Lo que ocurre es
que las religiones están convencidas de ello pero no entienden cómo. Digo esto
en el sentido de que la traducen en una vida tras esta vida que prometen a sus
fieles a cambio de que cumplan ciertas cosas. De alguna forma se podría decir
que ellas prometen calmar esa hambre de trascendencia tras la muerte física si
el “buscador” permite que ellas se enseñoreen de él, de alguna forma pasan a
ser esclavos de ellas, de sus dogmas, sus órdenes, sus peticiones económicas o
de otro tipo.
Algunos
“buscadores” , o avezados o escarmentados, se zafan de ellas ante sus errores o
la insatisfacción que les producen o las trampas que descubren y continúan su
búsqueda. Y entre todos ellos el que logra realmente calmar la trascendencia es
aquél que entra en contacto con el “hambre” de Dios.
¿Qué significa
esto?
Mirándolo
desde el hombre:
Hemos
recorrido el cómo a medida que el hombre va creciendo en el conocimiento y
reconocimiento de sus diferentes “estómagos” ha ido trascendiéndose a sí mismo,
abriéndose a realidades exteriores a él e imbricándose con ellas en proceso
creciente de armonía y bondad, justo es que en esa espiral de crecimiento de
apertura interna tope con la Realidad Mayor, aquella que crea y sustenta a él
mismo. Y así cuando entra en contacto con ella, si la acepta y la asume y
labora para entenderla, conocerla, interactuar con ella (de la misma forma que
lo hizo con las realidades que encontró anteriormente en su proceso) entonces
habrá ido más allá de sus límites iniciales sumergiéndose en Alguien que está
más allá…de todo (en un sentido)
Por otra parte
la expresión “el hambre de Dios” es una expresión más o menos poética (pero no
por ello, en mi comprensión, menos real) de que Dios, ese Alguien más allá de
todo, tiene “hambre” de hijos, familia, colaboradores, siervos, pueblo…
Y en esa línea
el que se trasciende a sí mismo en el sentido de estas notas llega al
Trascendente porque Este se trasciende. Parece un trabalenguas pero me
es claro.: porque Dios trasciende (a Sí mismo) es por lo que él hombre puede
llegar a Él tras un proceso de
trascenderse también a sí mismo. Es como un encuentro, el Encuentro, que en el
fondo toda alma busca pero que las diferentes capas que la envuelven le
dificultan.
¿Y por qué
están hechas así las cosas?
Porque sólo
purificándose a través de ese largo
camino de la trascendencia (ir más allá
de las cuestiones materiales, mentales, afectivas) uno aprende a amar al Otro y a los otros
olvidándose de sí mismo.
Mt 16. 24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
¿Alguien puede
no ver que Jesús mostró en Sí mismo ese camino de trascendencia?
Elspeth. Mayo 2011
Elspeth. Mayo 2011
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