Al
igual que el amor suele entenderse como un sentimiento la compasión ha venido a ser otro habitante
del Olimpo de los sentimientos, mas ya es hora de conocer, y sobre todo vivir,
que el amor es actuar en bien del amado. Puede ir acompañado de sentimiento
pero puede darse sin él. La madre que prepara día tras día la comida a su
pequeño hijo no siente continuamente ese sentimiento llamado “amor”, mas es
puro amor lo que hace pues lo encamina al bien de su retoño.
La
compasión es “padecer con”, va más allá de la empatía o para una mayor
comprensión podríamos decir que la compasión es la empatía positiva hecha acto.
Puede ir acompañada del sentimiento mas no es necesaria la presencia de éste
para su existencia. El médico que atiende al veinteavo paciente del día
posiblemente no siente, pero su acto de escuchar, comprender y aliviar al
enfermo es compasión. Como humano sabe del dolor, de la enfermedad, la
decrepitud o la muerte y apresta sus
servicios a ayudar al que a él, sufriente, acude.
Es
necesario que distingamos sentimiento de acción pues mientras sigamos actuando
sólo cuando sentimos condenamos, cada
uno de nosotros, a este mundo, a nuestros millones de congéneres, a sufrir una
inacabable lista de dolores, penurias, sufrimientos, hambres, soledades…
.
.
Nos
comportamos como auténticos seres sensoriales, dominados por sensaciones y/o
sentimientos, pero somos o podemos ser algo más. Podemos ser seres con
conciencia grande capaces de albergar, cobijar, consolar, aliviar, alimentar…a
cada uno de aquellos con los que compartimos aunque sólo sea un segundo de
cruce en un ascensor.
El
ser humano con el que nos cruzamos es alguien básicamente igual a nosotros más
allá de las apariencias, compartimos una misma ruta vital en un mismo espacio,
en un mismo tiempo. Tenemos similares problemáticas, similares experiencias y
vivencias. Las llamadas “eternas cuestiones” del hombre: amor, dolor, alegría,
miedo, inseguridad, pérdida de seres queridos…se individualizan en cada uno de
nosotros a tenor de nuestros entornos, como vestimentas diferentes de un mismo
tejido.
Pero
no somos capaces de interiorizar esto de la misma forma que hemos interiorizado
que respiramos aire. No hemos captado aún que si bien somos individuos lo somos
por estar incardinados en una sola unidad llamada Humanidad. Pocos asumen, y
aún menos hacen vida, la certeza de que nuestras acciones u omisiones
repercuten en otros humanos a miles de km de distancia y a la inversa. Nos es
necesario aumentar nuestra conciencia.
Pero
¿cómo vamos a hacerlo si desgraciadamente y con harta frecuencia nuestra
conciencia es tan diminuta que ni tan siquiera lo asumimos en el más básico
núcleo familiar? Ni en el amical, ni el vecinal…
Decimos
buscar la felicidad y así es, la buscamos, mas no donde corresponde pues apenas
queremos ya reflexionar más allá de las cuestiones que llamamos prácticas y que
en realidad deberíamos decir “materiales”. ¿Cuándo se siente más feliz una
madre que cuando ve a su hijo jugar y crecer sano y alegre, sin enfermedad, sin
dolor alguno? ¿Cuándo se siente más feliz un maestro que cuando ve a sus
alumnos aprender y progresar alegremente? ¿Cuándo se siente más feliz un médico
que cuando ha logrado curar a un enfermo?....así podría seguir indefinidamente
los ejemplos y no sólo partiendo de roles o profesiones sino hasta en lo más
nimio ¿Acaso no habéis experimentado la calidez en vuestro corazón cuando
alguien os ha devuelto una sonrisa a la vuestra espontánea? ¿O cuando el
“gracias” de un mendigo os ha acariciado el oído? ¿Qué sentisteis la última vez
que ayudasteis a un anciano? ¿O el momento en que supisteis consolar a un
afligido?... ¿Acaso no fue un momento de pacífica felicidad?
Y
si lo fue ¿qué nos impide tenerlos a espuertas llenos?
Pienso
que la respuesta es una sola aunque adopte multitud de formas, de apariencias
cambiantes: el miedo. Un miedo básico a la pérdida: pérdida de estima ajena,
pérdida de reconocimiento, pérdida de intimidad, pérdida de salud, perdida de
belleza, pérdida , pérdida, pérdida….porque toda pérdida nos supone un dolor o sufrimiento
y a esto le tenemos….horror.
Vivimos
la pérdida como una muerte. Y eso nos repele y huimos mil veces de ella, sea en
el plano que sea. Nos
protegemos como podemos de cualquier pérdida, incluso a veces vivimos con
“sordina” para no arriesgarnos a sufrir, inconscientes de que es como una
suerte de suicidio camuflado pues ¿cómo llamar vida a un vivir maniatado?
Las
religiones han intentado, en mi opinión sin demasiado éxito, hacer sus propios
“conjuros”, expidiendo sus propias recetas para compensar los sentimientos de
pérdidas. Gentes han hallado en ellas alivio y fuerzas para proseguir una vida
que algunos llamaron “valle de lágrimas”, pero mi impresión es que eso no es vivir sino
sobrevivir. Casi todas ofrecen otra vida, proclamando así, sin percatarse, su
ineficacia a la hora de enseñar a vivir ésta.
Alguna
filosofía ensayó y practica otra vía: la de matar los deseos para evitar el
sufrimiento que, y siempre a mi parecer, es como matar la propia vida. Es como
el refrán de mi tierra “muerto el perro se acabó la rabia”.
Mas
no es eso lo que he aprendido o mejor dicho voy aprendiendo.
Vivir es ir
desnudo entre los hombres, sin protegerse de rechazos, sin cubrirse de
prejuicios, sin temer heridas o golpes. Vivir es mostrarse sin dobleces, sin
engaños, sin mentiras; no tapar las arrugas, las cicatrices, los lados aún
imperfectos. Vivir es interactuar siempre de cara y con el corazón abierto. Es reír
con el que ríe, y provocar la risa. Es llorar con el que llora, y aceptar ser
visto en puro llanto. Es tender siempre las manos, ya sea para acoger o para
solicitar. Es siempre tener los ojos abiertos, sin rechazar a nadie como
indigno, escrutando siempre en dónde está la verdad. Muchas cosas más añadiría
y quizás lo haga…si se da.
¿De
quién voy aprendiendo esto?
Sólo
de Uno, Jesús, quien es un hombre que así vivió: sin miedo.
El
miedo no atenazó ni su lengua, ni sus actos. Ni huyó, ni se protegió de dolor o
muerte y fue tan intensa su vida que en dos mil años aún perduran y se crecen
(aun en el plano latente) sus efectos.
Las
gentes que poblamos el mundo en estos primeros albores del s. XXI estamos
necesitados de aprender a vivir como él vivió en la auténtica libertad. Liberados
del miedo que genera ansiedades, afanes, guerras, latrocinios, opresiones…Sin
miedo no hay egoísmos, ni violencias, ni especulaciones, ni falsedades.
Elspeth 2011
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