La Semana Santa empieza con la entrada triunfal en Jerusalén, pero antes de entrar en ella Jesús
Lc 19. 41
Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, 42 diciendo: ¡Oh, si también tú
conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!
Sólo dos veces dice el evangelio que
Jesús lloró: lloró en el encuentro con María antes de ir al sepulcro donde
estaba Lázaro y lloró ahora antes de entrar a Jerusalén.
¡Que fuerte contraste entre la alegría
de los que le aclamaban y el sentimiento de Jesús!
Ellos, alegres, pensando que llegaba su
liberación de los romanos, que se cumplirían sus sueños de volver a ser un
reino independiente y grandioso. Sus mentes, centradas en el esplendor del
reino de David y de Salomón, saludan a Jesús esperando todo eso y más de Él.
Él deja hacer, sabe que no entienden,
que su apego a lo material, el orgullo nacional, el malestar de población
dominada, les ciega el entendimiento. Y sabe que son una muestra de lo que
esperan todos los demás, hasta sus más íntimos lo esperan. No hace mucho la
madre de Santiago y Juan le ha pedido que les ponga como principales en el
reino que instaurará y el resto del grupo se ha enojado con ellos porque todos
esperan poder y honores.
No saben lo errados que andan, recibirán
torturas y muerte por su misión aquí abajo, luego, cuando ya hayan abandonado
este tiempo comprenderán y verán los honores que recibirán.
Pero
ahora…ahora ahí está, Jerusalén, la ciudad tan amada que no sabe lo que hace,
que no es lo que debiera, que dice pero no hace, la ciudad que uno tras otro ha
perseguido, dañado, maltratado e incluso matado a mis enviados.
Allí
brilla el templo; en el cielo límpido se alcanza a ver columnas del humo de los
sacrificios. Muestra así su ignorancia, su alejamiento de lo que realmente
quiere mi Padre. ¿Cómo pueden seguir pensando que Dios se complace de bañar de
sangre de animales sus piedras? Dios no es un matarife, no ama el sufrimiento,
la muerte inútil de los pobres corderos, palomas…Este pueblo no ha entendido,
sigue hundido en la materialidad más insana.
He
ido otras veces, les he hablado…más siguen aferrados a una tradición creada por
hombres como ellos, aman más los pensamientos de ellos que los de Dios.
Y
siento compasión por ellos porque están atrapados en sus propios miedos y en el
que les han enseñado hacia Dios. Han distorsionado la imagen de Dios
convirtiéndola en la de un Dios vengativo, castigador, celoso, hacedor de unas
normas y leyes que viven como incumplibles.
¡Jerusalén,
Jersalén ¿Por qué te has empeñado en no escuchar al que dices ser tu Dios?!
Y
ahora voy a ti, en mi visita más oficial; voy a realizar todo aquello que fue
profetizado por aquellos a quienes dices venerar como profetas por si así tus
ojos se abren y me reconoces.
Mas
sé que no lo harás, lo deseo fervientemente con mi corazón humano y por ello un
nudo se me forma en la garganta. ¡Cuanto te he amado! Como un novio cortejando
te envié mis mensajeros pero no quisiste oírlos. Quise reunir a tus hijos para
enseñarles, para que crecieran y maduraran, para que hallaran la paz y no
quisiste. Y ahora voy a ti de nuevo, por última vez; es la última oportunidad
para que reconozcas que te visito porque te amo.
Pero sé que no lo harás y me
duele el corazón por el dolor que te sobrevendrá. Por ti lloro, Jerusalén.
Nunca has hecho honor a tu nombre que debería ser tu esencia: Ciudad de paz, y
tampoco lo harás ahora.
De
nuevo te mancharás de sangre, la mía y con ello te condenarás a ti misma a
destrucción y ruina, tus hijos serán dispersados y sufrirán por dos mil años,
el tiempo de su empecinamiento y su cerrazón.
Ay,
Jerusalén, ciudad amada, ciega a mi visita y sorda a mis palabras, sufro por ti!
Ahora y aquí empieza la cuesta de mi dolor y, aunque sé que ahora no lo verás y
por años y años no serás, volverás a ser y Yo me dispongo a hacer lo que debo hacer…porque
te amo, porque si tú eres infiel, Yo soy fiel y cuando llegue el momento lo
entenderás.
Elspeth. Abril 2011
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