miércoles, 16 de abril de 2014

Ir a la cruz


Zc 9.1 porque a Jehová deben mirar los ojos de los hombres, y de todas las tribus de Israel.
Zc 12. 10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron,  y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.

Muchas veces había leído y meditado sobre esta cita pero Dios es muy generoso y se ve que cuando lo considera oportuno abre más el entendimiento y/o el corazón y así hoy “vi” un poco más su hondura.
Llorarán. Hasta ahí lo había entendido, pero hoy “como se llora por hijo unigénito” y “como quien se aflige por el primogénito”  ha brillado a mis ojos con otra intensidad.
Por un hijo unigénito no puedo ni imaginar como se llora porque, aunque soy madre, no he perdido a ninguno de mis dos hijos, pero desde mi sentimiento de madre puedo barruntar que debe ser espantoso. Recuerdo bien mi dolor cuando la vida de mi hijo menor pendía de un hilo o cuando en un momento dado quedó por unos minutos “muerto” (sin respiración) en mis brazos y fue el peor día de mi vida. 
Esta cita hoy me remite a dos madres: la que lloró a su hijo unigénito, esto es, Elisabet, madre de Juan Bautista, su hijo único  y a María,  madre de Jesús, su primogénito. 

De su mano hoy se abre mi mente a comprender que el llorar por Jesús traspasado en la cruz no es un llorar de lástima la cual, cuando se siente, evidencia una cierta distancia afectiva respecto al sufriente pues que sólo roza con levedad el corazón.
El universo de emociones y sentimientos humanos es amplio y dentro de la emoción que llamamos “aflicción” hay toda una gradación  que me parece viene dada, cuando es producida por el sufrimiento del otro, por la cercanía de corazón hacia él. Porque una cosa es apenarse viendo al otro sufrir, otra  es empatizar (identificación mental y afectiva) con el doliente lo cual supone mayor cercanía ya que se le entiende, se sabe un poco o un mucho lo que  está sintiendo, vivenciando (esto dependiendo de si se ha vivido experiencias vitales similares) y se siente simpatía hacia él. Y otra es compadecerse. La compasión va más allá de la empatía, es una cercanía mayor de ambos corazones: el del sufriente y el del que comparte ese sufrimiento deseando y procurando aliviarlo.
Y no dudo que tanto Elisabet como María se compadecían de sus respectivos hijos, el  unigénito y el primogénito.  Soy madre, y también he visto a otras madres, y sé que ante el sufrimiento de un hijo el mayor  y único deseo, es aliviarlo e incluso sufrirlo en su lugar.
Hoy creo ver que lo que se está diciendo en esa cita es que lleguemos (llegarán, dice) a compadecernos de ese Jesús, sufriendo lo indecible en la cruz, al estilo de una madre o padre.
Cuando llegamos a verlo, estremecidas las entrañas, con el corazón desbordado de dolor, casi sintiendo en la propia carne las laceraciones, angustiados por su respiración agónica, acongojados por su cuerpo sangrante… y entendemos por qué está pasando, entonces sólo deseamos aliviarlo, compartir su dolor  como para que se reparta y  sea un poco menor el que soporta.

Y entonces se da que nuestro corazón, al aproximarse tanto al Suyo, se transforma. Es como una unión de corazones porque el que se compadece se olvida de sí mismo, de la misma forma que Él se olvidó de sí mismo por compadecerse del Hombre.   Y la vida también se transforma porque entonces es como oír e interiorizar
Lc 9. 23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Porque creo entender hoy que ahí está diciendo cómo ese deseo enorme de compartir con Él su sufrimiento, de aliviarlo, se puede hacer efectivo.
Si Jesús está en la cruz uniendo cielo y tierra, si está amando a Dios y a los hombres el que ciertamente se compadece de Él hará lo mismo; si está en la cruz mostrando la mayor generosidad también la generosidad presidirá a quien ha recibido la Suya; si está en la cruz perdonando también perdonará aquel que recibió el Perdón…así podría seguir largamente y sin acabar.
Y así  Él estará menos solo en la Cruz porque   Is 53.11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho
Él sabía que, aunque en ese momento no fuera entendido, pareciera que no fuera  a servir de nada su sacrificio, no sería así; su madre María, llorando a sus pies se compadecía,  y en ella se representaba a la Humanidad que andando el tiempo lo haría. Humanidad surgida de “la extraña operación” (Is 28. 21) de cambiarle un corazón de piedra por uno de carne (Ez 11.19), de un endurecido corazón a uno compasivo.
Tengo, en estos momentos, para mí que el escritor de Romanos  de alguna forma reflexionaba sobre todo esto cuando escribió:
Ro 8. 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
Creo que durante siglos se ha entendido lo de padecer juntamente con Él en el sentido de morir mártir o auto infligirse  penitencias físicas u ofrecerle los sufrimientos de una enfermedad… pienso que son expresiones en unos  tiempos según unas  mentalidades que nacían de una intuición, de un deseo, que ahora puede ser expresado de otras formas porque ahora se puede entender diferentemente
Ro 12.2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
La buena voluntad de Dios agradable y perfecta es Jesús, así lo declaran ángeles en su nacimiento Lc 2.14 ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Porque Él es “el primogénito de toda creación” (Col 1. 15) entendido aquí como el primer hombre que complace a Dios, como el prototipo perfecto de los hombres que se harán según Él, hombres-amor.
Ef 4.13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
En la cruz Jesús alumbra, como en un parto, a esos hombres, los que de Él se compadecen. Si Jesús es la imagen del Dios invisible, ellos pasan a ser  la imagen visible del Jesús ya no visible en el mundo cumpliéndose así que  Dios, Jesús y ellos son UNO en el amor.
Jn 17.21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros


El título que he puesto a esta reflexión personal, “Ir a la cruz”, recoge a la vez, pues, dos direcciones que en realidad están intrínsecamente unidas, o si se quiere de una nace la otra: ir a la cruz de Jesús con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas  conlleva el ir a la cruz personal e intransferible, y ambas conforman un todo, una unión indisoluble.
Jn 12.26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor.

Elspeth. Agosto 2012

Todas las citas corresponden a Reina Valera 1960

No hay comentarios:

Publicar un comentario