Zc 9.1 porque a Jehová deben mirar los ojos de los hombres, y de todas las tribus de Israel.
Zc 12. 10 Y derramaré sobre la
casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de
oración; y mirarán a mí, a quien
traspasaron, y llorarán como se llora
por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.
Muchas veces había leído y
meditado sobre esta cita pero Dios es muy generoso y se ve que cuando lo
considera oportuno abre más el entendimiento y/o el corazón y así hoy “vi” un
poco más su hondura.
Llorarán. Hasta ahí lo había entendido,
pero hoy “como se llora por hijo unigénito” y “como quien se aflige por el
primogénito” ha brillado a mis ojos con
otra intensidad.
Por un hijo unigénito no puedo ni
imaginar como se llora porque, aunque soy madre, no he perdido a ninguno de mis
dos hijos, pero desde mi sentimiento de madre puedo barruntar que debe ser
espantoso. Recuerdo bien mi dolor cuando la vida de mi hijo menor pendía de un
hilo o cuando en un momento dado quedó por unos minutos “muerto” (sin
respiración) en mis brazos y fue el peor día de mi vida.
Esta cita hoy me remite a dos
madres: la que lloró a su hijo unigénito, esto es, Elisabet, madre de Juan
Bautista, su hijo único y a María, madre de Jesús, su primogénito.
De su mano hoy se abre mi mente a
comprender que el llorar por Jesús traspasado en la cruz no es un llorar de
lástima la cual, cuando se siente, evidencia una cierta distancia afectiva
respecto al sufriente pues que sólo roza con levedad el corazón.
El universo de emociones y
sentimientos humanos es amplio y dentro de la emoción que llamamos “aflicción”
hay toda una gradación que me parece
viene dada, cuando es producida por el sufrimiento del otro, por la cercanía de
corazón hacia él. Porque una cosa es apenarse viendo al otro sufrir, otra es empatizar (identificación mental y
afectiva) con el doliente lo cual supone mayor cercanía ya que se le entiende,
se sabe un poco o un mucho lo que está
sintiendo, vivenciando (esto dependiendo de si se ha vivido experiencias vitales
similares) y se siente simpatía hacia él. Y otra es compadecerse. La compasión
va más allá de la empatía, es una cercanía mayor de ambos corazones: el del
sufriente y el del que comparte ese sufrimiento deseando y procurando
aliviarlo.
Y no dudo que tanto Elisabet como
María se compadecían de sus respectivos hijos, el unigénito y el primogénito. Soy madre, y también he visto a otras madres,
y sé que ante el sufrimiento de un hijo el mayor y único deseo, es aliviarlo e incluso sufrirlo
en su lugar.
Hoy creo ver que lo que se está
diciendo en esa cita es que lleguemos (llegarán, dice) a compadecernos de ese
Jesús, sufriendo lo indecible en la cruz, al estilo de una madre o padre.
Cuando llegamos a verlo, estremecidas
las entrañas, con el corazón desbordado de dolor, casi sintiendo en la propia
carne las laceraciones, angustiados por su respiración agónica, acongojados por
su cuerpo sangrante… y entendemos por qué está pasando, entonces sólo deseamos aliviarlo,
compartir su dolor como para que se
reparta y sea un poco menor el que
soporta.
Y entonces se da que nuestro
corazón, al aproximarse tanto al Suyo, se transforma. Es como una unión de
corazones porque el que se compadece se olvida de sí mismo, de la misma forma
que Él se olvidó de sí mismo por compadecerse del Hombre. Y la vida también se transforma porque
entonces es como oír e interiorizar
Lc 9. 23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Porque creo entender hoy que ahí
está diciendo cómo ese deseo enorme de compartir con Él su sufrimiento, de
aliviarlo, se puede hacer efectivo.
Si Jesús está en la cruz uniendo
cielo y tierra, si está amando a Dios y a los hombres el que ciertamente se
compadece de Él hará lo mismo; si está en la cruz mostrando la mayor
generosidad también la generosidad presidirá a quien ha recibido la Suya; si
está en la cruz perdonando también perdonará aquel que recibió el Perdón…así
podría seguir largamente y sin acabar.
Y así Él estará menos solo en la Cruz porque Is
53.11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho
Él sabía que, aunque en ese
momento no fuera entendido, pareciera que no fuera a servir de nada su sacrificio, no sería así;
su madre María, llorando a sus pies se compadecía, y en ella se representaba a la Humanidad que
andando el tiempo lo haría. Humanidad surgida de “la extraña operación” (Is 28.
21) de cambiarle un corazón de piedra por uno de carne (Ez 11.19), de un
endurecido corazón a uno compasivo.
Tengo, en estos momentos, para mí
que el escritor de Romanos de alguna
forma reflexionaba sobre todo esto cuando escribió:
Ro 8. 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados.
Creo que durante siglos se ha
entendido lo de padecer juntamente con Él en el sentido de morir mártir o auto
infligirse penitencias físicas u
ofrecerle los sufrimientos de una enfermedad… pienso que son expresiones en
unos tiempos según unas mentalidades que nacían de una intuición, de
un deseo, que ahora puede ser expresado de otras formas porque ahora se puede
entender diferentemente
Ro 12.2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por
medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
La buena voluntad de Dios
agradable y perfecta es Jesús, así lo declaran ángeles en su nacimiento Lc 2.14 ¡Gloria a Dios en las
alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Porque Él es “el primogénito de toda creación” (Col 1. 15) entendido aquí como
el primer hombre que complace a Dios, como el prototipo perfecto de los hombres
que se harán según Él, hombres-amor.
Ef 4.13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo;
En la cruz Jesús alumbra, como en
un parto, a esos hombres, los que de Él se compadecen. Si Jesús es la imagen
del Dios invisible, ellos pasan a ser la
imagen visible del Jesús ya no visible en el mundo cumpliéndose así que Dios, Jesús y ellos son UNO en el amor.
Jn 17.21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí,
y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros
El título que he puesto a esta reflexión personal, “Ir a la cruz”, recoge a la vez, pues, dos direcciones que en realidad están intrínsecamente unidas, o si se quiere de una nace la otra: ir a la cruz de Jesús con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas conlleva el ir a la cruz personal e intransferible, y ambas conforman un todo, una unión indisoluble.
Jn 12.26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere,
allí también estará mi servidor.
Elspeth. Agosto 2012
Todas las citas corresponden a Reina Valera 1960
Elspeth. Agosto 2012
Todas las citas corresponden a Reina Valera 1960
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