-¡Han dicho que viene hacia aquí!
-¿Quién?
-¿Quién va a ser?¡Jesús! Vayamos a su encuentro.
-¿Estás loco?Si nos ven los de la aldea nos apedrearán. Ya nos hemos arriesgado mucho estando tan cerca del pueblo.
-¿Y qué?¿Qué más da si nos apedrean?¿Acaso no estamos ya sentenciados?
-¿Y si es un farsante?
-¿Pierdes algo por probar?
-Pero...¿tú crees que Él puede sanarnos?
-Sí, absolutamente sí. Pero aunque no lo creyera creo en Él. Si Él quiere curarme que me cure y si no quiere será por algo, pero quiero verle.
-Sea, vayamos pues a buscarle.
...................
-Ahí se acerca un grupo a la aldea ¿será Él con sus discípulos?
-Esperemos
-En cuanto nos vean sus discípulos nos alejarán.
-Él no lo permitirá
-¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
Diez voces clamando por misericordia. Jesús les mira, intensamente. Los leprosos alejados ligeramente del camino están como petrificados. Tiemblan.
Sólo uno se ha quedado mirando fijamente al Maestro, como hipnotizado. Una lágrima rueda silenciosa sobre su rostro desfigurado.
Silencio, como suspendido el tiempo.
-¡Id, mostraos a los sacerdotes!-dice Jesús
Jesús reemprende su camino seguido por sus discípulos.
Los leprosos parecen despertar de su letargo. Se miran unos a otros.
-¿Ves? No ha pasado nada, seguimos leprosos.
-Él ha dicho que vayamos a los sacerdotes.¡Vamos!
-¡Pero si seguimos leprosos, no podemos ir, se enojarán!
-Él ha dicho que vayamos y yo voy a obedecerle. Si no venís me voy solo.
-Está bien, vamos.
-Oh, mirad mis manos! ya desapareció la lepra. Mirad mi cara ¿desapareció también?
-¡Sí! Y la mía ¿cómo está?
-¡Limpia!
Los antaño leprosos se inspeccionan unos a otros; ni rastro de lepra
-¡Estamos curados, ya no hay lepra!
Todos gritan, ríen lloran, se abrazan.
-Vamos, corramos a los sacerdotes.
-Yo me vuelvo a darle las gracias a Jesús por sanarnos
-Quizás ya no le encontremos
-Él ya sabía que nos curaríamos¿a qué volver? Corramos a los sacerdotes
-Id vosotros, yo primero voy a Jesús
-¡Claro, como eres samaritano...!
Tenían tanta prisa por regresar a su antigua vida que nueve corrieron a los sacerdotes. Uno, el samaritano, volvió y buscó a Jesús.
Iba cantando alabanzas a Dios con profunda alegría y, encontrando a Jesús, se postró a sus pies
-Gracias, gracias, gracias
-¿No erais diez los que fuistéis limpiados?
-Sí, pero mis compañeros corrieron a que los sacerdotes lo certificaran. Yo no podía, quería verte y agradacerte.
-Levántate y vete, tu fe te ha salvado.
Su fe, su confianza que movió su voluntad para hacer.
Lc 17.18 ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?
Dar gloria a Dios: reconocer y agradecer
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