Vinieron
por mil caminos
para a su
Dios adorar
con el
corazón contrito
no
cesaban de llorar.
Llanto bien agridulce
pues reconociendo su amor
sabían que por muchos años
Le negaron con ardor.
En
llegándose a sus pies
Él
mismo enjugó sus ojos,
sonrióles
tiernamente,
de
perdón les revistió
y el
Universo estalló
en
cantos a su Señor.
Sus ojos desbordaban
la
pasión que Le quemaba,
pasión
por Dios y por el hombre
a
quienes venía a unir
ejecutando
el perdón
a
quien lo quisiera admitir.
Penetrantes,
compasivos,
bálsamo
para las almas,
sus
bellos ojos veían
un
mundo que andaba errante.
Por
largo tiempo miró
guerras,
celos, homicidios,
sangre
de inocentes vencidos
que
regaban el desierto.
Nadie
recordaba a Dios
por Él
mismo, no por ego,
y
hundiéndose en el cieno
el
mundo agonizaba.
Él se
ofreció a retomarlo
devolviéndole
la vida.
Fue
aceptada su entrega
y así
fue que Él encarnó.
Ciegos,
cojos y tullidos
leprosos,
hambrientos y solos
todos
a él acudían,
mas
centrados en los cuerpos
sus
almas no renacían.
Él
sabía.
Debía sembrar Su Palabra
y
regarla con su sangre.
Llegado
el tiempo,
la
semilla brotaría.
Elspeth. 3-2011
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